Por Carlos Uzcategui
Más Allá de la
Tormenta
Todos conocemos la imagen: una lluvia torrencial que
no cesa, calles que se convierten en arroyos y ríos que crecen hasta
desbordarse. Es una demostración de fuerza de la naturaleza que nos parece
directa y brutal. Sin embargo, la forma en que el agua interactúa con el
paisaje —cómo arrastra la tierra, provoca deslizamientos y da forma a los
lechos de los ríos— es mucho más compleja de lo que solemos
pensar. Hay reglas ocultas que dictan el comportamiento del terreno, y
conocerlas revela un mundo fascinante que desafía nuestras intuiciones.
La Receta del
Desastre: No Toda la Lluvia Causa el Mismo Deslizamiento
No es solo cuánto llueve, sino cómo llueve. Esta es la
primera revelación. El tipo de deslizamiento de tierra que puede ocurrir en una
ladera depende críticamente de la intensidad y duración de la lluvia, con
resultados sorprendentemente diferentes.
- Lluvias Intensas y Cortas: Las
tormentas que descargan una enorme cantidad de agua en muy poco tiempo son
las principales responsables de los desastres más rápidos y visibles.
Umbrales específicos, como precipitaciones superiores a 100 mm en el
páramo merideño, en Venezuela, desencadena deslizamientos superficiales,
corrientes de derrubios y desprendimientos de rocas. El mecanismo es
clave: la lluvia es tan intensa que el suelo no puede drenarla con
suficiente rapidez. Esto genera un aumento significativo de la presión de
agua en los poros del terreno, una fuerza interna que empuja las
partículas de suelo y roca, reduciendo su cohesión hasta provocar la
rotura. Curiosamente, en muchos de estos casos "no era preciso lluvia
antecedente" para que ocurriera la catástrofe.
- Lluvias Suaves y Prolongadas: En
contraste, las lluvias de intensidad baja o moderada que se prolongan
durante días o incluso semanas tienen un efecto muy distinto. No suelen
causar los deslizamientos superficiales y rápidos, sino que su
infiltración lenta y constante "reactiva deslizamientos" más
grandes y profundos, como coladas de barro y deslizamientos rotacionales.
Estos movimientos, aunque más lentos, pueden involucrar volúmenes de
tierra mucho mayores al saturar capas profundas del subsuelo.
Este matiz es clave para la prevención de desastres.
Nos enseña que el riesgo no se mide únicamente con el pluviómetro, sino
entendiendo la dinámica específica de cada tormenta y cómo interactúa con la
geología local.
El Talón de
Aquiles del Progreso: Por Qué Nuestras Carreteras Son Más Frágiles
Las laderas modificadas por el ser humano son mucho
más vulnerables que las naturales. Podríamos pensar que la ingeniería moderna refuerza
el paisaje, pero la realidad es muy diferente: las laderas que cortamos para
construir carreteras son significativamente más frágiles.
La paradoja se resuelve al entender la física del
terreno: esta vulnerabilidad se explica por la "escasez de suelo capaz de
almacenar agua en pendientes de desmontes". Al cortar la ladera,
eliminamos la capa de suelo y vegetación que actúa como una esponja natural. El
material expuesto, más rocoso y menos poroso, no puede absorber la lluvia,
provocando que el agua se acumule y genere presiones desestabilizadoras mucho
más rápido. Nuestra propia infraestructura, diseñada para conectar, crea puntos
de fragilidad inesperados en el paisaje.
La Ladera
"Agotada": Cuando una Tormenta Deja a la Siguiente sin
"Combustible"
Una gran tormenta puede "vacunar"
temporalmente a una ladera contra la siguiente. Este es quizás
el concepto más sorprendente. El impacto de un evento lluvioso no solo depende
de la intensidad de la lluvia, sino del material disponible en la ladera para
ser arrastrado.
Este fenómeno se conoce como la "purga" de
laderas. Un primer evento de lluvia de gran intensidad puede arrastrar todo el
material suelto y erosionable, como suelos y rocas alteradas. Si poco después
ocurre una segunda tormenta de igual o mayor intensidad, es posible que no
produzca nuevas roturas simplemente por "falta de material".
Dos sucesos lluviosos de gran intensidad muy próximos
entre sí pueden producir resultados dispares. El primer suceso puede arrastrar
grandes cantidades de coluvión y suelos meteorizados de las laderas más
susceptibles. Las laderas que han sido purgadas no producirán nuevas roturas
por falta de material. El relleno de las hondonadas con nuevo material y la
meteorización puede requerir varios decenios.
El paisaje, por tanto, tiene una especie de memoria
geológica. El riesgo de hoy está condicionado por los eventos del pasado
reciente, y la tierra necesita décadas para "recargarse" de material
erosionable.
La Armadura
Natural del Río: Cómo los Lechos se Protegen a Sí Mismos
Los lechos de los ríos desarrollan su propio escudo
protector contra la erosión. Durante una crecida, el aumento de la velocidad y
fuerza de la corriente comienza a mover los sedimentos del fondo. Pero no mueve
todo por igual. Este proceso, conocido como "acorazamiento" (armoring),
es un fascinante mecanismo de autoprotección.
La corriente arrastra primero las partículas más finas
y ligeras, como arenas y limos. A medida que este material es transportado
aguas abajo, lo que queda en la superficie del lecho es una capa concentrada
del material más grueso y pesado: gravas y cantos rodados. Esta capa actúa como
una "armadura" que protege a los sedimentos más finos que se
encuentran debajo.
Una vez que esta armadura se ha formado, el lecho del
río se vuelve mucho más resistente. Mientras una crecida normal no podrá mover
este material grueso, se necesita una crecida fuerte y excepcional para poder
romper la armadura y continuar con el proceso de erosión o socavación. Es un
recordatorio de que los ríos no son solo agentes pasivos de erosión, sino
sistemas dinámicos que buscan y crean sus propios mecanismos de equilibrio y
resiliencia.
Releyendo el
Paisaje
Lo que a primera vista parece caótico —una tormenta,
un deslizamiento, un río desbordado— en realidad obedece a reglas complejas,
sutiles y a menudo inesperadas. La naturaleza no responde con simple fuerza
bruta, sino con una lógica afinada por milenios de interacciones entre el agua,
la roca y el tiempo. Comprender estos principios nos permite leer el paisaje de
una manera completamente nueva.
Sabiendo que el paisaje responde con estas reglas
ocultas, ¿cómo deberíamos repensar la forma en que construimos nuestras
ciudades e infraestructuras en un mundo con un clima cada vez más extremo?

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